lunes, 25 de junio de 2012

Mi Twingo y yo


Tengo un Twingo. No de los nuevos, no. De los que tienen encanto, o sea, del año 94. A mi es un coche que me encanta, sobretodo porque ha sido mi coche de toda la vida. En el que hemos hecho viajes de Barcelona a Coruña y a Madrid, con colchones atrás para ir dormidos cuando aún no era obligatorio ir con el cinturón de seguridad, en el que fuimos al Tibidabo el día en que todos los que entrasen dentro del Twingo pasaban gratis, en el que ibas a 140 con las ventanillas bajadas del todo y los carrillos se te movían como si fueras a la velocidad de la luz, en el que mi hermano y yo saludábamos a los conductores de atrás, en el que he batido todos los records de tiempo en el recorrido casadeCésar- micasa... Fue el primer coche con el que me llevé puesta una columna al aparcar… aaaaay, cuántos recuerdos tiene este coche y lo que me gusta.



Hasta que llega el verano.

Mi Twingo no tiene eso que se conoce como dirección asistida, no tiene la modernidad esa de elevalunas eléctrico, y por supuesto, no tiene el invento ese revolucionario que creo que se llama aire acondicionado. Tenía aire, a secas. Hasta que la rueda que regulaba la potencia se rompió. Así que ya ni eso.

Entonces, tú sales de trabajar toda mona a las tres de la tarde. Con tu vestidito fresquito, tu pelito bien puesto, tu maquillaje en su sitio. Abres la puerta, procurando tocar solo el plástico del manillar porque como toques la chapa, que está a temperatura magmavolcánico, se te desintegra la mano. Y entonces es cuando la ola de calor subsahariano que lleva todo el fin de semana en la península ibérica sale de tu coche.  Faltan los camellos (que me los dejo en el barrio). No has entrado todavía y ya estás sudando. El asiento abrasa. Menos mal que tengo una tolerancia especial al calor…(auch! auch! auch!)… porque sientes el humillo de carne a la brasa cuando te sientas.  Bajas la ventanilla. Podría bajar las dos, pero no es adecuado que baje la del copiloto porque luego no la voy a poder subir. Y os preguntaréis por qué querría subirla si la temperatura en el interior del coche es de 50º. Pues porque hay avispas. Hay avispas por todos lados. Son una pesadilla. Y huelen mi miedo. Me arriesgo (estoy mu loca tío), y abro una rendija lo más pequeña posible (hago un cálculo mental del tamaño de una avispa para cerciorarme de que no va a poder entrar a no ser que venga aposta a picarme, y ya sería mala suerte), y así ya no entran avispas… Ni aire. Así que hago el trayecto hasta mi casa (25 minutos si le doy bien, esto significa, a 110, porque a 111 las puertas ya vibran, el coche bota descontrolado, y el sonido del pobre es de asfisiao total) con las ventanillas subidas.

Cuando llego a mi casa queda lo mejor. Aparcar. He de decir que aparco muy bien. Y muy rápido. En situaciones límite aprendes a meter el coche a la primera, a 50 por hora marcha atrás y en una maniobra. Pero a veces, cuando ya se me está fundiendo el cerebro, no calculo y tengo que empezar a maniobrar. El volante no gira. Las ruedas se pegan al suelo. Me quiero morir. Pero no picada por una avispa, así que las ventanillas subidas hasta arriba. Cuando termino y bajo del coche, el asiento está mojado, el vestido está empapado (piernas, culo y espalda), el pelo húmedo pegado a la nuca, el flequillo pegado a la frente. Me suda el bigote. Se me ha corrido el rimel. Y tengo los pies cocidos.

¡¡Y que sea así como me ven siempre los vecinos...!!

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