jueves, 2 de agosto de 2012

Gimnasio


Odio el gimnasio, con todas mis fuerzas. Es que no se puede odiar más. 



Todavía no sé si fui yo quien convenció a César o fue César el que me convenció a mí. El caso es que hace como un año decidimos apuntarnos al gimnasio. ¿Primer error? Apuntarte a uno a 15 km de tu casa y tener que coger el coche par ir. Pero me lió, y allá que me fui. El planning era Aerobic Step uno o dos días a la semana (¿segundo error? a las 21:30h... en invierno, de noche, con el frío...), los viernes fitness y spinning los sábados (¿tercer error? a las 12:00h. Yo, que amanezco a las 15:00h).

Lo del Aerobic Step tenía buena pinta. Tenía, porque no sabía lo que era. Mal empieza cuando entras y te enteras de que hay que hacer coreografía, pero peor es aún cuando descubres que toda la clase está forrada de espejos. Con una pared forrada la humillación ya iba a ser más que suficiente, encima la frontal, que no te ve la profesora (ella te ve directamente de frente), pero sí las otras 17. La clase empieza... y empieza el estrés. Cuando ellas suben tu bajas, cuando ellas giran tu estás subiendo, cuando pasan al otro lado tu cruzas mal y te tropiezas, cuando has medio aprendido los pasos para la derecha coge y dice que ahora lo hacemos para la izquierda (¿era necesario?),  y para cuando crees que, después de 45 minutos repitiendo lo mismo sin parar, vas a ser capaz de hacerlo del tirón sin equivocarte (...) va y se acaba la clase. Y encima tu novio, que es el único chico y que llevas toda la hora viéndole por el rabillo del ojo y reflejado en los espejos desde todos los ángulos cómo se descojona de ti, es el mejor de tod@s... Entonces  sales de allí con el rabo entre las piernas, oliendo a tu cerebro achicharrao, porque llevas 50 minutos concentrada al 400% para memorizar cada paso (que solo te ha dado tiempo a marcar, ni siquiera has hecho el ejercicio completo) y tu única neurona viva se da cuenta de que el cuarto error ha sido apuntarte a eso.

El fitness... para el fitness el primer día el monitor nos puso una tabla muy completita que nos dijo que haríamos en una hora. Ja!. Será él. Cuando después de hora y media vimos que aún nos quedaban cosas por hacer rehicimos nuestra propia tabla con los ejercicios que más nos gustaban y menos nos costaban (después de darnos explicaciones el uno al otro...  uf, esta no la hago porque me tira aquí,... uy, a mi me duele la rodilla si hago esta otra y no quiero lesionarme... muy cómico) y en 40 minutos... listos!.

Y cuando ya estabas deseando morirte llegaba el sábado. Y el Spinning. No he ido a una tortura mayor que esa. Y encima pagando. Empiezas con el ritual de la bicicleta: mides la altura del asiento, bajas la carga, colocas tu botellita de agua, te haces la coleta (monísssima) y te colocas. Y suena la música a toda pastilla. Como somos unos flojos, nos poníamos al final de la clase. Mal, porque con el volumen de la música era imposible oírle a él. Encima, delante de ti todo son cuerpos musculados, culos perfectos, muslos fuertes. Y tu con tus carnes grasientas atrás del todo. El primer día intenté seguir la clase, subir la carga de la bici cuando me enteraba de que había que subirla, cambiar la posición de las manos según él iba diciendo... y me mareé y todo.  No sudaba normal. Sudaba por la cabeza, por la frente, por los ojos, por la nariz, por el bigote, por la barbilla, por el cuello, por el escote que no tengo, por la espalda, por el culo, por la tripa. .. eso era un chorreo. Me temblaban los brazos. No tenía fuerza ni para secarme con la toalla, perfectamente doblada en el manillar. Ni para coger la botella, así que estaba deshidratada. César no hacía más que preguntarme si estaba bien. ¿¡¿Tú crees que estoy bien?!? Ese día aprendí que la carga se iba a quedar en el mínimo toda la clase. Así que yo iba y cada vez que el monitor decía... subimos al 70% yo sonreía para mis adentros satisfecha de mi ingenio, acercaba la mano a la rueda, y sin tocarla giraba la muñeca por si me estaba vigilando, y fingía subirlo. Pero no al 70, no... al 80 o al 90. Ou yeah. Total, ya que miento, miento pero bien. He de decir que ni aún así aguantaba los 40 minutos.

Así que nos fuimos deshinchando y dejamos de ir.

Lo lógico a estas alturas hubiera sido reconocer que somos unos vagos y que nuestros cuerpos serranos no son carne de gimnasio. Pero nuestra estupidez estaba lejos de alcanzar su punto álgido, así que cogimos y nos apuntamos un año. A tomar por culo.  No voy un mes, pero un año voy fijo que voy (¿?). Yo es que no me lo explico. Como cada vez que te da el subidón deportista sientes que es porque no has encontrado el deporte que te motive, esta vez cambiamos la rutina e íbamos a natación un día y a fitness otro. Así que me compré la equipación de nadadora pofesional , porque cada vez que te apuntas a una actividad sientes la necesidad impulsiva de ir a Decathlon (quinto error) y necesitas todo (llegados a este punto es importante contaros que yo para nadar solo me compré el bañador y las gafas más baratas. Mi madre, que empezó a venir conmigo cuando César se retiró (el sexto error fue apuntarme al gimnasio con alguien más flojo aún que yo), se compró el kit completo: bañador, zapatillas, gorro, gafas, pinzas para la nariz – ella se veía haciendo natación sincronizada, creo - , tabla, cinturón-flotador, y bolsa para meterlo todo. Como veis, lo de darlo todo cada vez que voy a hacer un deporte nuevo me viene de familia). El caso es que íbamos a la piscina (sí, con todo el equipamiento que os acabo de contar), chapoteábamos un poco (es difícil nadar por el mismo carril que mi madre, hay que verla... Las gafas? En la frente, porque se le olvida bajárselas, así que lleva los ojos negros por el rimmel, todo corrido. La pinza de la nariz? En una posición in-natural, sin hacer la función para la que fue diseñada. En un mes no he conseguido que se la ponga bien. El cinturón flotador? Puesto, pero mal, total que se escora para un lado, voltea sobre sí misma y se ahoga. Ella sabe nadar, pero en un alarde de vaguería extrema quiere que el cinturón-flotador navegue por ella. Un circo, vaya. Nadie quiere compartir el carril con nosotras, me pregunto por qué... ) y nos volvíamos. Aquí apareció el séptimo error, ir con tu madre, que lo odia más que tú. Con ella me echo por lo menos unas risas, porque como es muy calurosa y esos vestuarios son una sauna, verla salir del gimnasio tan pancha sin bragas ni nada, solo con un vestido-camisón, porque ponérselas con la humedad y el calor es como embutir carne en la malla esa de carnicería... no tiene precio.

Total, que llevo sin ir como dos meses.

Los remordimientos me atormentan así que ayer,  en otro alarde de inteligencia suprema (y estoy segura de que no ha sido el último) me compré una camiseta nueva para estar en casa salir a correr o ir al gimnasio y una toalla, que se ve que he sudado tanto la otra que necesitaba una nueva... (¿?).

No me llaaaaaaames iluso, porque tenga una ilusión...

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