Odio el gimnasio, con todas mis fuerzas. Es que no se
puede odiar más.
Todavía no sé si fui yo quien convenció a César o fue César el que me
convenció a mí. El caso es que hace como un año decidimos apuntarnos al
gimnasio. ¿Primer error? Apuntarte a uno a 15 km de tu casa y tener que coger
el coche par ir. Pero me lió, y allá que me fui. El planning era Aerobic Step uno
o dos días a la semana (¿segundo error? a las 21:30h... en invierno, de noche, con
el frío...), los viernes fitness y spinning los sábados (¿tercer error? a las
12:00h. Yo, que amanezco a las 15:00h).
Lo del Aerobic Step tenía buena pinta. Tenía, porque no sabía lo que
era. Mal empieza cuando entras y te enteras de que hay que hacer coreografía,
pero peor es aún cuando descubres que toda la clase está forrada de espejos.
Con una pared forrada la humillación ya iba a ser más que suficiente, encima la
frontal, que no te ve la profesora (ella te ve directamente de frente), pero sí
las otras 17. La clase empieza... y empieza el estrés. Cuando ellas suben tu
bajas, cuando ellas giran tu estás subiendo, cuando pasan al otro lado tu
cruzas mal y te tropiezas, cuando has medio aprendido los pasos para la derecha coge y
dice que ahora lo hacemos para la izquierda (¿era necesario?), y para cuando crees que, después de 45 minutos
repitiendo lo mismo sin parar, vas a ser capaz de hacerlo del tirón sin
equivocarte (...) va y se acaba la clase. Y encima tu novio, que es el único
chico y que llevas toda la hora viéndole por el rabillo del ojo y reflejado en
los espejos desde todos los ángulos cómo se descojona de ti, es el mejor de
tod@s... Entonces sales de allí con el
rabo entre las piernas, oliendo a tu cerebro achicharrao, porque llevas 50
minutos concentrada al 400% para memorizar cada paso (que solo te ha dado
tiempo a marcar, ni siquiera has hecho el ejercicio completo) y tu única
neurona viva se da cuenta de que el cuarto error ha sido apuntarte a eso.
El fitness... para el fitness el primer día el monitor nos puso una
tabla muy completita que nos dijo que haríamos en una hora. Ja!. Será él. Cuando
después de hora y media vimos que aún nos quedaban cosas por hacer rehicimos
nuestra propia tabla con los ejercicios que más nos gustaban y menos nos
costaban (después de darnos explicaciones el uno al otro... uf, esta
no la hago porque me tira aquí,... uy, a mi me duele la rodilla si hago esta otra
y no quiero lesionarme... muy cómico) y en 40 minutos... listos!.
Y cuando ya estabas deseando morirte llegaba el sábado. Y el Spinning.
No he ido a una tortura mayor que esa. Y encima pagando. Empiezas con el ritual
de la bicicleta: mides la altura del asiento, bajas la carga, colocas tu
botellita de agua, te haces la coleta (monísssima) y te colocas. Y suena la música
a toda pastilla. Como somos unos flojos, nos poníamos al final de la clase.
Mal, porque con el volumen de la música era imposible oírle a él. Encima, delante de ti
todo son cuerpos musculados, culos perfectos, muslos fuertes. Y tu con tus
carnes grasientas atrás del todo. El primer día intenté seguir la clase, subir
la carga de la bici cuando me enteraba de que había que subirla, cambiar la posición de las manos según él iba diciendo... y me mareé y
todo. No sudaba normal. Sudaba por la
cabeza, por la frente, por los ojos, por la nariz, por el bigote, por la
barbilla, por el cuello, por el escote que no tengo, por la espalda, por el
culo, por la tripa. .. eso era un chorreo. Me temblaban los brazos. No tenía
fuerza ni para secarme con la toalla, perfectamente doblada en el manillar. Ni
para coger la botella, así que estaba deshidratada. César no hacía más que
preguntarme si estaba bien. ¿¡¿Tú crees que estoy bien?!? Ese día aprendí que
la carga se iba a quedar en el mínimo toda la clase. Así que yo iba y cada vez
que el monitor decía... subimos al 70% yo sonreía para mis adentros satisfecha de mi ingenio, acercaba la
mano a la rueda, y sin tocarla giraba la muñeca por si me estaba vigilando, y
fingía subirlo. Pero no al 70, no... al 80 o al 90. Ou yeah. Total, ya que miento, miento pero bien. He de decir que ni aún así aguantaba los 40 minutos.
Así que nos fuimos deshinchando y dejamos de ir.
Lo lógico a estas alturas hubiera sido reconocer que somos unos vagos y
que nuestros cuerpos serranos no son carne de gimnasio. Pero nuestra estupidez
estaba lejos de alcanzar su punto álgido, así que cogimos y nos apuntamos un año.
A tomar por culo. No voy un mes, pero un
año voy fijo que voy (¿?). Yo es que no me lo explico. Como cada vez que te da
el subidón deportista sientes que es porque no has encontrado el deporte que te
motive, esta vez cambiamos la rutina e íbamos a natación un día y a fitness
otro. Así que me compré la equipación de nadadora pofesional , porque cada vez que te apuntas a una actividad sientes
la necesidad impulsiva de ir a Decathlon (quinto error) y necesitas todo (llegados a este punto es importante contaros que yo
para nadar solo me compré el bañador y las gafas más baratas. Mi madre, que empezó
a venir conmigo cuando César se retiró (el sexto error fue apuntarme al
gimnasio con alguien más flojo aún que yo), se compró el kit completo: bañador,
zapatillas, gorro, gafas, pinzas para la nariz – ella se veía haciendo natación
sincronizada, creo - , tabla, cinturón-flotador, y bolsa para meterlo todo.
Como veis, lo de darlo todo cada vez que voy a hacer un deporte nuevo me viene
de familia). El caso es que íbamos a la piscina (sí, con todo el equipamiento
que os acabo de contar), chapoteábamos un poco (es difícil nadar por el mismo
carril que mi madre, hay que verla... Las gafas? En la frente, porque se le
olvida bajárselas, así que lleva los ojos negros por el rimmel, todo corrido. La pinza de la
nariz? En una posición in-natural, sin hacer la función para la que fue diseñada. En un mes no he conseguido que se la ponga
bien. El cinturón flotador? Puesto, pero mal, total que se escora para un lado,
voltea sobre sí misma y se ahoga. Ella sabe nadar, pero en un alarde de
vaguería extrema quiere que el cinturón-flotador navegue por ella. Un circo,
vaya. Nadie quiere compartir el carril con nosotras, me pregunto por qué... ) y
nos volvíamos. Aquí apareció el séptimo error, ir con tu madre, que lo odia más
que tú. Con ella me echo por lo menos unas risas, porque como es muy calurosa y
esos vestuarios son una sauna, verla salir del gimnasio tan pancha sin bragas ni nada, solo con un vestido-camisón, porque
ponérselas con la humedad y el calor es como embutir carne en la malla esa de
carnicería... no tiene precio.
Total, que llevo sin ir como dos meses.
Los remordimientos me atormentan así que ayer, en otro alarde de inteligencia suprema (y estoy
segura de que no ha sido el último) me compré una camiseta nueva para estar
en casa salir a correr o ir al gimnasio y una toalla, que se ve que he
sudado tanto la otra que necesitaba una nueva... (¿?).
No me llaaaaaaames iluso, porque tenga una ilusión...
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